22 abril 2012

Tres veces seguidas, y sin pausa...


Definitivamente, hay cosas que la gente de mi edad ya no puede hacer.

O mejor dicho, no debería hacer, sobretodo cuando se comienza con la primera pasada la medianoche y se sabe que hay que levantarse temprano a la mañana siguiente.
Pero, ¿qué se puede hacer?
Al fin y al cabo uno es hombre, y sabido es como somos para estas cosas los hombres, que existiendo un desafío, no somos capaces de hacer otra cosa que "darle para adelante"...
Eso está en nuestros genes.
Y no importa la hora que sea, ni qué tan temprano haya que levantarse al día siguiente;
quieras que nó, tienes que ir a por una más.

Y así es como acaba uno durmiéndose cuando ya la noche comienza a convertirse en alba, y así es como amanece uno cansado y hasta molesto, por que te sacan de la cama a la hora debida, sin importar lo que hayas hecho o dejado de hacer un par de horas atrás.

No, hay cosas que uno ya no debería hacer, a mi edad.
Hay que reconocer que ya no se es el de antes y -cuando menos- empezar más temprano.
Saber cuando detenerse y cuándo decir que no.

Es que realmente no se puede jugar tres partidas de League of Legends online tan tarde en la noche, cuando se espera que uno se levante temprano en la mañana y conduzca bien.

Ya no soy un jovencito, despuués de todo.






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19 abril 2012

Encrucijada...


Dicen que siempre es posible elegir.
Que en esta vida siempre existen opciones.
pero, ¿y cuándo no se sabe qué elegir?

Mi negrita, por ejemplo, se vé a veces en una encrucijada, y no sabe qué camino tomar:


A mí me gusta cocinar. Me encanta eso de preparar comidas, poniéndole un poco de esto y un algo de aquello, para que el resultado sea algo digno de saborearse. Me gusta. Me gusta también cuidar que la presentación sea buena y que el plato se vea atractivo.
Ayer nada más cociné un caldo de osobuco que me quedó riquísimo (no por que yo lo diga ¿eh?).

El único problema es que no puedo evitar ser desordenado para cocinar. 
Aunque me esmere en ello, no piedo dejar de desordenar toda la cocina y ensuciar el doble de cosas de las necesarias. 

Y ahí es donde está el problema de mi negra: que le agrada (¿cómo no?) llegar a la casa y encontrarse con un rico almuerzo, caliente, bien hecho y servido además.
Pero no le gusta, le molesta, le enferma, encontrarse son un desastre en la cocina y aún algunas manchas en el piso, causadas por el cocinero...

Y así ella, fan de la limpieza y el orden, que no descansa sino después de que cada cosa esté en su lugar, no logra decidirse sobre qué prefiere: encontrar el almuerzo listo o la cocina limpia...


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17 abril 2012

¿Cómo tan ingenuo?


A veces,
resulta mejor no buscar el saber.
A veces,
resulta mejor, mucho mejor, la nostálgica duda, el quedarse con el misterio romántico, el seguir adelante sin saber la verdad.

A veces,
es mejor quedarse en la ignorancia, sobre todo cuando te enfrentas a la vida, con sus amarguras y sinsabores.

A veces es mejor seguir adelante, mirando todo por encima, y no pretender ver más allá.
Eso se me olvida a veces,  muchas veces,  las más de las veces.

¿A cuento de qué todo esto?
Nada, algo simple, que no debería importar. No podía quitarme de la cabeza la historia aquella de la mujer que con su niña (que niña era y no niño), esa niña de largas y rubias guedejas, nos esperaba cada bajada al llegar el bus.
No la olvidé, porque allí estaba siempre, esperando, cada bajada, cada semana.
Y pese a ello, pese a observarla cada vez, no había advertido la verdad oculta tras esa espera.
La para mí amarga y triste verdad.
La rubia, linda y de brillantes ojos criatura, que junto a la puerta del bus nos miraba bajar, no era sino el anzuelo de su madre, para una pesca antigua, antigua como pocas.
Los hombres podemos ser duros. Desagradables hay muchos y malos no pocos. Pero también hay hombres (a veces unos y otros son los mismos) que se enternecen ante a una criatura de grandes y límpidos ojos que no pide nada, que sólo mira y espera, sin decir nada, sin hacer nada más que mirar.

Y así, resultó que lo que nunca debí haber sabido, mirado ni averiguado, es que la niñita estaba ahí para despertar esos sentimientos y conseguir que alguno de esos hombres que baja de un bus -o más de uno-  le regale su colación. O más de una.

Sé que, para quien vive en una gran ciudad, y pasa largas horas yendo a su trabajo cada día, es difícil comprender que sólo por el hecho de viajar un par de horas del trabajo hasta la ciudad, se nos dé una colación para el viaje, pero para nosotros no sólo es normal, sino casi una obligación.
Vivimos en una realidad alterna, en la que algunos tienen derecho a muchas cosas y otros a ninguna. En la mina, nosotros recibimos una colación diaria, con bebida, galletas, yogurt y fruta. En algunas mineras más grandes, y donde se trabaja a grandes alturas, 4000 mts. o más, las colaciones son demasiado abundantes e incluyen más cosas. Tanto, que no hay quien no se lleve a su casa cantidades de ellas. Cada cual las usa como quiere. Depende de la persona. Algunos las regalan a quienes -en la misma mina- no tienen "derecho" a recibirlas, como las aseadoras o los trabajadores de servicios, o se las llevan a su casa, dizque para sus hijos. No pocos las venden al almacén de la esquina, que sabe sacar provecho de ellas. Para los vicios, dicen. 

Ése es el objetivo de la madre de la niñita: las colaciones de los mineros que bajan, 1 vez por semana, y cuyos buses se detienen ahí, en ese lugar.
Nada pide, nada dice la niñita con sus rubios rizos y sus enormes ojos.
Sólo se para ahí, frente a la puerta del bus. Y mira. Mira a quienes bajan.
Una sus manos tras la espalda, se mueve, sin quitar la vista de los hombres que bajan.
Alguno pasa a su lado como si nada.
Otro le revuelve el pelo y le sonríe.
Y finalmente, alguno, le pasa una colación. O dos.

Al alejarse, la madre toma la bolsa y la pone más lejos, donde no llame la atención.
Y esperan el siguiente bus.
Y al día siguiente, están allí otra vez. Llegan buses tres o cuatro días a la semana. En la mañana y en la noche.

Dicen los que hacen turnos de noche (yo me libré de esa peste hará unos 8 años), que al bajar la mañana del último día, es cuando mejor les va en su recolección. Y es que los nocheros reciben más colaciones, y por tanto están más dispuestos a deshacerse de ellas.

¿Cómo puedo ser tan ingenuo? Me pregunté al enterarme de esto.
Tanto tiempo imaginando, tejiendo historias,
y resultó ser que era la más simple, la más fría y la más fea de todas...

Deseché las historias que había escrito al respecto, fruto de mi candidez, en ese momento de desagrado... aunque me arrepienta ahora.
Y me arrepiento porque, si quisiera escribirlas de nuevo, ya no podría.
Ya no puedo pensar en esa chiquilla de la misma manera, ni imaginar historias acerca de su madre que se alejen de lo que sé.


(la imagen es de la web, por cierto, pero es así de angelical...)

08 abril 2012

Pascua, chocolates e hijos...



Hace muchos años atrás, en un día como éste, temprano en la mañana, comenzamos a esconder pequeños huevos de chocolate, envueltos en brillante papel, a no más de 30 cms. del suelo, para que un chicuelo que apenas caminaba afirmándose en los muebles, los encontrara.

Con el paso de los años, tuvo que buscarlos a más altura, pero siempre en donde pudiera encontrarlos fácilmente. Poco a poco, los escondites se fueron haciendo menos evidentes, más ocultos,  y necesitaba de más ingenio y persistencia por su parte. Le decíamos cuántos eran, y no paraba hasta encontrarlos todos. Sólo una vez se aburrió, pues le pusimos demasiados, y no le importó perder alguno. 
Bueno, no le importó hasta que un par de días después se los había comido todos, y entonces no cejó hasta encontrar los que le restaban.

Quince años después, ya no parecían importar los huevitos, sino la competencia de ingenio entre quien los escondía y quien debía encontrarlos.

Tantos años escondiendo huevitos de chocolate.

Tantos años de tradición, que no entiendo el por qué nos sorprendió que hoy nuestro hijo, de 21 años ya, nos haya preguntado con absoluto desparpajo: 

- Eh, ¿y mis huevitos de chocolate?

...


[Vaya, que tontería, me emocioné al releer esto... ¿Me estaré poniendo viejo?]


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Cuestión de puntos de vista...

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Los hay que piensan que aquellos hombres que acompañamos acompañan a nuestras su mujer cuando va de tiendas, somos son unos sometidos (o como se les diga en tal o cual país). Lo he leído más de alguna vez por ahí, de mano de mujeres, inclusive.

Es una opinión muy válida.

Pero no es la única. Hay quienes piensan de otra forma.
Porque, seamos objetivos, ¿a qué lugar puede un hombre llevar a su mujer una tarde de sábado, en el que lo pase mejor, y se divierta más? 
¿En el que esté entretenida todo el tiempo, no le importe si hace frío o calor, si hay mucha o poca gente, ni haya que preocuparse de llegar a la hora?

Y finalmente, ¿a qué lugar se la podría llevar del que vuelva con  mejor humor, más relajada, más feliz, y -no lo menos importante-, más bien dispuesta con su marido?

No sé, tal vez lo haya. 
Pero para mí, esta es la mejor alternativa...

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06 abril 2012

Cura para el stress


Decidí seguir la receta de Lili para el stress: 

Just in case, Chardonnay...


[Eso sí, espero no tener los mismos adversos efectos colaterales...]


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04 abril 2012

La cita


Escribí una nueva historia.

Y puesto que, aunque tiene ciertos visos de realidad, no llega a serlo, la puse junto a mis cuentos.
Creo que ahí queda mejor que aquí:


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03 abril 2012

De abuelos, jeans y malas ideas...


Me acordé de mi abuelo materno, hace unos días.

Poco lo conocí, a decir verdad.
Vivíamos en otra ciudad, y nunca lo había visto hasta que nos mudamos hasta acá.
Yo era niño por entonces, y tengo escasos recuerdos de él, pese a que vivimos un tiempo en su casa.

Recuerdo que era un hombre grande, de pelo muy corto y muy blanco, que solía sentarse en el patio, bajo un pino enorme que había, junto a la puerta de la cocina.
Tenía unas manos que me parecían enormes, que me quedaron grabadas porque ninguna de ellas estaba completa. Les faltaban dedos y medios dedos. Era la herencia de los largos años trabajados en las oficinas salitreras, en donde no había mejor remedio para un dedo enfermo o lastimado que la amputación inmediata. Eso decía mi madre, que se crió allí.

Y eso es casi todo el recuerdo que tengo de él.
Salvo una cosa más.
Recuerdo que mi abuela siempre renegaba contra él, porque no quería dejar su ropa.
"Tiene tanta ropa nueva -decía- pero insiste en ponerse la misma ropa vieja todos los días"
"Pero bótesela, mamá" - le dijo un día mi madre, siempre tan ejecutiva ella.
"Si lo he hecho -le dijo mi abuela- y le dejo ropa nueva sobre la cama en la mañana, pero él se levanta, va a revolver la basura hasta que la encuentra, la recoge y se la vuelve a poner."

Eso es lo que me hizo recordar a mi abuelo, en esta ocasión.

Porque yo buscaba en el closet un pantalón para ponerme, el día que me fui al trabajo, y revolví los 12 o 15 que mi negra me tiene allí, planchados y apilados.  Ninguno me pareció bueno, ni los que me compré yo algún inusual día (que no me gusta comprarme ropa) , ni los que me ha comprado ella.
El único que me pareció bien fue un viejo jean negro, que conservo hará una docena de años, pese a la oposición de ella y pese a los jeans negros -más modernos y más bonitos- que me ha comprado para reemplazarlos.

No sé.  No tienen nada de especial, ni me liga a ellos algún recuerdo significativo. Es sólo que me gustan, y que los prefiero a los demás. 
Tal vez si me los botara -como hizo un día mi abuela con su marido- no me daría ni cuenta de que faltan.
O tal vez sí y no se lo perdonaría nunca.
Lo que sí sé es que, mientras estén ahí, siempre los preferiré a los demás.


[mmmm, tal vez con esto le esté dando una mala idea. Tal vez el escribir esto no haya sido una buena idea.  :(  ]